Ha causado estupor lo sucedido a un ilegal, un “sin papeles” en Valencia, España, que perdió su brazo en un accidente de trabajo y su patrón lo dejó abandonado a las puertas de un hospital, para que lo curaran mientras él se devolvía a su trabajo sin importarle lo sucedido. Según ha trascendido, el patrón y su hijo al ver el accidente del "sin papeles", un sin nadie en esas tierras europeas, en donde hay millones como ese boliviano, huyendo del hambre y de la pobreza de sus pueblos, tiraron el brazo a la basura. Así de simple y espeluznante. Ya cuando la policía llegó a reclamar el brazo para ver si era posible recuperarlo para su dueño que estaba siendo atendido en el hospital, era demasiado tarde. Resulta que el "sin papeles", trabajaba por un salario inferior al mínimo, no tenía seguridad social, ni vacaciones, y por supuesto a los ojos de su patrono, tampoco tendría alma, se trataba de un ser inferior, esa especie de hombres y mujeres que abundan en los barrios pobres de Europa que son perseguidos por la migración y apetecidos por los inmorales patronos para explotarlos. La Europa actual debería ser más generosa con estas personas, y no olvidar que gracias a la explotación sistemática que hicieron a sangre y fuego, de América y Africa, durante siglos, sentaron la acumulación originaria para la construcción de las sociedades capitalistas en que viven ahora con tanto orgullo. Por lo menos un poco de decencia y trato humano, sino les pueden abrir las puertas a los pobres del Sur para que hagan los trabajos que sus hombres y mujeres no quieren realizar por ser demasiado duros o considerados denigrantes. Ahora la prensa española se ha mostrado escandalizada por lo ocurrido, pero el maltrato, la discriminación, el atropello a la dignidad humana de los pobres del Sur no es viejo, lo que pasa es que ahora, el cinismo demostrado por el patrón valenciano, sobrepasó los límites de lo tolerable por cualquier sociedad medianamente civilizada. Rápido, demasiado rápido, se han olvidado los pueblos de Europa, unos más que otros como la católica España, que la globalización del capital inevitablemente lleva a otras globalizaciones, como la de los flujos migratorios. Así como se mueven los capitales, así se mueven ahora los pueblos, en la búsqueda de un mejor futuro, como sucedió hace quinientos años, cuando los famélicos soldados de su Majestad la Reina Isabel la Católica desembarcaron en América para llevarse el oro y la plata, y comenzó una afluencia de europeos al llamado Nuevo Mundo, destruyendo la cultura y los valores de los pueblos primitivos del continente. El flujo ahora es al revés y lo que más le conviene a Europa es que se vayan haciendo a la idea, que se vayan acostumbrando porque dentro de algunos años, en esas tierras habrán cada vez menos caras blancas y cabellos rubios, y cada vez más pieles negras, cafés, amarillas, hablando idiomas diferentes o los mismos idiomas europeos pero con acentos muy particulares. Es cuestión de un siglo tal vez, o menos.
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